Al lado de la puerta tiene una terraza con bastantes mesas para comer. Las mesas de la terraza son grandes y la tranquilidad del sitio invita a comer fuera cuando nuestro maravilloso tiempo acompaña.

Dentro, nos encontramos con un sitio que conjuga una decoración de tiempos anteriores con los nuevos tiempos. Una chimenea de leña, una máquina de escribir o incluso un antiguo molino para moler el maíz al lado de modernas cañas de bambú y una pequeña estatua de un Buda.

El trato es muy atento y amable. Te ofrecen platos del día que no están en la carta. La carta está compuesta por tapas, revueltos, risotos, ensaladas y es bastante variada. Los platos principales son por encargo (churrasco, callos, cocido, lacón con grelos, etc…) por lo que si queréis comer alguno de ellos mejor que llaméis antes para encargarlos porque si no no los podréis pedir.

La comida está buena y las tapas son abundantes. Tienen una carta de vinos pequeña pero lo recomendable es el vino de la casa. Para los buenos furancheiros es totalmente recomendable. Te lo sirven en una pequeña jarra de dos tazas (que el final son algo más de dos) y te ponen las tazas de cuando eran furancho con el lema de «Polo bo camiño chegas o Furancho O Xuguiño».

El precio está bien y seguramente repetiremos en este sitio.